lunes, 7 de mayo de 2012

Recorrer el laberinto del amor

(Óscar Pujol doctor en Filología sánscrita, director del Instituto Cervantes en Nueva Delhi y autor de “El Laberinto del amor” (Los libros del silencio)

Muchas son las personas que deciden vivir solas porque creen que la vida en pareja es inviable y no quieren sacrificar su individualidad. sin embargo, la complejidad del amor es necesaria para desarrollar nuestro potencial y enriquecer nuestro universo emocional. si comprendemos el significado real del amor, la vida en pareja ofrece grandes recompensas, aunque no esté exenta de dificultades.

La metáfora del amor es cómo un laberinto del que es difícil salir, es muy antigua en occidente. Miguel de cervantes, en su obra de teatro “el laberinto de amor”, afirma: “ya en el ciego laberinto/te metió el amor cruel; / ya no puedes salir del/por industria ni instinto”. Propongo invertir el volar negativo de la metáfora y contemplar el amor como un laberinto necesario, a veces confuso e irritante, pero que nos llevará a buen puerto si aprendemos la ciencia del extravío sentimental.

Corren malos tiempos para el amor, especialmente para las parejas de largo recorrido. “la pareja ha muerto. viva el individuo”, parecen rezar las consignas no escritas. nunca tanta genta había vivido sola. En parís, la ciudad del amor, lo hace el 50% y en Estocolmo, la cifra asciende al 60%. Vivir solo empieza a ser interpretado como signo de éxito y modernidad: mayor libertad y realización personal, mayor independencia afectiva y económica. Podemos optar, además, por otros tipos de relaciones, más abiertas y distintas, de bajo compromiso; o apostar por el multigoce del poliamor, la capacidad de tener más de una relación sexual, amorosa y duradera con varias personas a la vez.

No obstante, a pesar de las múltiples opciones y de la tentación de la soledad, perdura el deseo del laberinto amoroso; el deseo de la pareja estable nos persigue a pesar de los riesgos. el amor hiere y abre las entrañas. nos deja desnudos. por eso nos protegemos y le ponemos candados al amor y nos cobijamos en la soledad de un corazón blindado. pero el amor irrumpe con fuerza y nos empuja a entrar en el laberinto. no hay que tenerle miedo al laberinto sino aprender la ciencia del extravío; para amar hay que saber perder, quien quiera ganar siempre será incapaz de amar nunca porque, en realidad, ama más esa parte suya que teme perder. en el amor, la derrota también es victoria.

Pero, ¿por qué esta necesidad obsesiva de amar? recuperemos la teoría platónica del andrógino, la que dice que en lo más intimo de nuestro ser somos seres andróginos que añoramos nuestra mitad perdida. el amor es la búsqueda de esa mitad; y la persona amada, un soporte externo para encontrar esa mitad oculta que al final sólo hallaremos en nuestro interior. ser andrógino significa que cómo individuos somos seres plenos con dos mitades reunidas. hay un matrimonio interior en la que se produce la reconciliación de las dos mitades divorciadas; lo masculino y lo femenino, el cielo y la tierra, el sol y la luna, la mente y el corazón, la razón y la emoción.

El amor nace de un desgarro existencial ante nuestras dos mitades partidas. somos como un cántaro roto y toda la vida es un intento de restaurar la preciosa vajilla. por eso el amor es tan intenso y doloroso, porque nace de una fractura real de nuestro ser, de una verdadera hendidura como la del cuchillo que rasga la carne. al igual que la herida abierta desea la cicatriz, así nosotros deseamos la cicatrización unitaria del amor.

De ahí la insistencia del amor. Ahora bien, ¿es éste amor posible? ¿es visible tener pareja estable y al mismo tiempo amorosa en una relación que no se fosilice con los años? la respuesta es un sí rotundo que nace de un optimismo radical, fruto paradójico de la más negra desesperación que surge de la experiencia. esta afirmación no niega el dolor, lo reconoce y lo integra en la experiencia sin caer en la doble trampa de la negación o el regodeo masoquista.

El amor es posible pero se complica porque lo confundimos con el sexo. el sexo es necesario para el amor, pero no suficiente. el sexo es la chispa que enciende el fuego, mientras que el amor es el aceite que mantiene la llama encendida. el sexo es la flor del amor, pero no el fruto. Si buscamos solamente la belleza de la flor, no podremos saborear la dulzura del fruto, la miel de la felicidad ante la felicidad del otro.

El amor es fácil de explicar, fácil de entender, difícil del practicar. la inteligencia no sirve para comprenderlo, la riqueza no puede comprarlo, el poder no lo doblega, la belleza no lo seduce, es estatus social no le impresiona, pero viene como un niño cogido de la mano cuando se encuentra con una persona sincera. el enamoramiento es otras cosas cuyo acicate es el lujo, el dinero, el glamour y la belleza. Tiene su gracia, pero no hay que confundirlo. el enamoramiento duerme en sábanas de seda, el amor convierte una chabola en un palacio. No hace falta avergonzarse si lo único que se desea son enamoramientos, pero no deberíamos disfrazarlos con la palabra amor.

El amor es posible, pero se complica porque lo identificamos con el afecto. el amor se hace comprensible cuando lo confundimos con el deseo de querer y ser querido. eso no es amor sino la simple necesidad de afecto. Como sucede con el sexo, la necesidad de afecto no es lo mismo que el amor, pero tampoco algo completamente distinto. la vía del amor es sutil cómo la huella del pájaro en el aire, el único rastro es el recuerdo del aleteo.

El enamoramiento es el amor lo que el placer a la felicidad. El placer, como el enamoramiento es transitorio; la felicidad, más duradera. el placer es fugaz, pero imperativo, un tirano intermitente que exige la repetición de la experiencia placentera. la felicidad, como el amor, es más permanente; un estado de ánimo, un modo de sentir que nos protege, un perfume que nos arropa del mal olor del mundo. Para quien lleva zapatos, el mundo entero es una gran alfombra. A quien de verdad está enamorado no le abate ninguna pena. Lo que importa no es el objeto del amor, sino el amor mismo.

Pero, ¿a quién amar?, ¿cómo amar? ¿cómo escoger con quién compartir el sinuoso trayecto? la primera condición es que los amantes tengan una fe similar en la pareja. Hasta cierto punto la pareja es un acto de voluntad y habrá que asegurarse de que nuestro compañero tiene una idea parecida a la nuestra.

A la hora de formar pareja se deberían tener en cuenta algunos principios básicos de la atracción que sienten los contrarios. a la persona tranquila le gustará un compañero inquieto y movido; y al de naturaleza triste, alguien de temperamento alegre. las cosas distintas se atraen y los opuestos buscan al contrario, pero solo si pueden realizar su danza de antagonismo en el mismo salón de baile.

Los amantes deben de tener gustos comunes y caracteres contrarios. Las faltas de uno serán las virtudes del otro. han de tener el mismo objetivo, aunque sus modos de hacer sean distintos. A la hora de buscar pareja no se trata de hallar al “ejemplar único”, sino a quien reúne unas características compatibles tanto en la semejanza como en la diferencia, tanto en la naturaleza como en el carácter.

Por último, ¿cómo amar? no deberíamos pensar que vamos a ser capaces de comprender a nuestra pareja. a pesar de ello, deberíamos amarla con todas nuestras fuerzas. Por otro lado, tampoco deberíamos pensar que vamos a ser capaces de hacer feliz a nuestra pareja. a pesar de ello, deberíamos hacer todo lo posible para que esté tranquila y satisfecha. Finalmente, nunca deberíamos aceptar la humillación en nombre del amor.

Por lo tanto, no esperes comprender lo que amas, ni hacer feliz a la persona que más quieres. 

· Ama sin el folleto explicativo de la comprensión.
· Saborea la perplejidad del amor...
· Y haz que el cariño no obedezca al gusto.
· Actúa cómo si la felicidad del otro dependiera sólo de ti, aunque no sea cierto.
· Y mantén cerca de ti, el botiquín del desencanto; el amor es, a menudo, intransitable.

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