jueves, 13 de marzo de 2014

Aquella noche

Tras cerrarse la puerta, sintió frío e impotencia…
Aún con lágrimas en los ojos, respiró profundamente. Se ajustó el mantón negro y se cubrió la cabeza, apretó a su bebé contra su cuerpo e inició el camino, tenía que llegar cuanto antes a la casa de socorro, para curar a su niña y se apresuró, pues eran cuatro kilómetros lo que tenía que recorrer desde el cortijo hasta el pueblo, y no podía pensarlo más, pronto se haría de noche.
La niña había caído de una mecedora dónde ella la ponía, mientras hacía sus tareas en el hogar, aunque no le quitaba ojo, a otros dos niños mayores que tenía, no sabía cómo el bebé se había caído y lloraba desconsoladamente, cuando la cogió vio que tenía una pequeña brecha en la ceja izquierda, por dónde manaba sangre, ella le puso un pañuelo e intentó calmarla.
Cuando el marido entró y presenció la escena, empezó a insultarla a tratarla de inútil, que era lo más suave que le podía decir y le ordenó de mala manera que llevara a la niña a curar cuanto antes, sin parar de gritarle, apenas le dio tiempo de coger el mantón para protegerse, él  la empujó a la calle y cerró la puerta sin contemplaciones.
La niña había dejado de llorar durante el camino, y no se atrevía a tocarle la herida pues, se había dormido, cuando llegara al pueblo y la curaran, le daría el pecho.
Sentía miedo porque el camino era largo, ella era fuerte y podría llegar antes de que no se viera nada, se conocía el camino como la palma de su mano ya que siempre subía y bajaba andando y cargada cómo una burra, así que la niña pesaba poco para ella.
Después de todo y aunque era una noche ventosa, consiguió llegar a su destino.

MarinaDuende/Febrero_2014


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