La Brisa
Tú fuiste la brisa de primavera, susurrando secretos a un jardín mustio, reviviendo la flor principal, cual lágrima de alegría que empapa la tierra.
Ella, emocionada, lloró ríos de vida, sus lágrimas, como rocío matutino, nutrieron raíces sedientas, y todo renació en un abrazo de colores.
Pero el dueño, amargado por su sombra, no deseaba que brotaran risas ni flores, con la hoz en mano, buscó segar lo que su corazón no se atrevía a amar.
Un tropiezo, la piedra oculta, crujió su rodilla, un grito de dolor, el vecino, testigo de su caída, susurró: "Podría haber sido peor, amigo mío".
"¡Métete en tus asuntos!", fue su respuesta, y con mil fatigas, se arrastró hacia el hogar, más la compasión del vecino trajo ayuda, un médico llegó, con su mirada de paz.
"Un desgarro, reposo y venda", dijo, y mientras refunfuñaba, el amor florecía, el jardín, regado por manos invisibles, miraba al cielo en agradecimiento.
Desde su sillón, el dueño observaba, sin entender el milagro que sucedía, las flores, antes marchitas, ahora danzaban en un festín de fragancias.
Un día, entre susurros, las plantas hablaron, habían aprendido a vivir sin su sombra, la brisa de primavera trajo amor y esperanza, despertando en él una nueva visión.
Se dio cuenta de que el control era prisión, y sintió su pequeñez ante la grandeza del ser, decidió soltar su amargura y desear, abrazar lo que la vida le quería ofrecer.
Así, el jardín se tornó en un refugio, donde la comunidad venía a celebrar, y el dueño, con la pierna vendada, descubrió la alegría en lo que había creado.
Moraleja: A veces, el control y la amargura nos ciegan a la belleza que florece a nuestro alrededor. Aprender a soltar y dejar que la vida siga su curso puede traer la verdadera felicidad.
MarinaDuende ©️
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