Aquella
tarde su madre la había dejado irse al parque a jugar un rato, estaba cerca de
casa. Creía que iba a encontrar alguna de sus amigas, pero no fue así, y cómo a
ella no le faltaba imaginación para jugar sola, se puso manos a la obra.
Había
arena en una especie de arriate, empezó a escarbar para hacer algo, cogió una
piedra para ayudarse e hizo un pequeño hoyo, cuando de pronto, tropezó con algo
duro.
A
principio la niña se asustó porqué vio que aquello era grande, miró a su alrededor
por si alguien la observaba y no encontró a nadie, era la hora en que se
almorzaba y del descanso, así que volvió a echar la arena encima de nuevo y se
fue a casa a contárselo a su madre.
Ésta
pensó a quién se lo podían decir, pues la niña dijo que parecía un arma grande,
aunque no se había atrevido a desenterrarla entera.
Fueron
al cuartel de la Guardia Civil, y apenas la benemérita se presentó al lugar
dónde la niña le había dicho, desenterraron
una metralleta, el cañón estaba lleno de arena.
El
sargento explicó que hacía unas semanas de pueblos cercanos, persiguió la
guardia civil a unos ladrones que habían robado armas, se ve que alguno de
ellos para que no le encontrase nada encima, se había parado a enterrarla allí,
igual podía haberse tirado allí mucho más tiempo sin saberlo nadie o
encontrarlo alguien menos prudente.
Dijeron
que menos mal que la niña fue prudente y no le dio por dispararla u otra cosa
sino podía haber sido peor.
¡Uff,
menudo tropiezo había tenido aquella tarde, que ella pensaba pasárselo bien, se
encontró con lo que no buscaba!
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