Aquella
noche
Tras cerrarse la puerta, sintió frío e
impotencia…
Aún con lágrimas en los ojos, respiró
profundamente. Se ajustó el mantón negro y se cubrió la cabeza, apretó a su
bebé contra su cuerpo e inició el camino, tenía que llegar cuanto antes a la
casa de socorro, para curar a su niña y se apresuró, pues eran cuatro
kilómetros lo que tenía que recorrer desde el cortijo hasta el pueblo, y no
podía pensarlo más, pronto se haría de noche.
La niña había caído de una mecedora dónde
ella la ponía, mientras hacía sus tareas en el hogar, aunque no le quitaba ojo,
a otros dos niños mayores que tenía, no sabía cómo el bebé se había caído y
lloraba desconsoladamente, cuando la cogió vio que tenía una pequeña brecha en
la ceja izquierda, por dónde manaba sangre, ella le puso un pañuelo e intentó
calmarla.
Cuando el marido entró y presenció la escena,
empezó a insultarla a tratarla de inútil, que era lo más suave que le podía
decir y le ordenó de mala manera que llevara a la niña a curar cuanto antes,
sin parar de gritarle, apenas le dio tiempo de coger el mantón para protegerse,
él la empujó a la calle y cerró la
puerta sin contemplaciones.
La niña había dejado de llorar durante el
camino, y no se atrevía a tocarle la herida pues, se había dormido, cuando
llegara al pueblo y la curaran, le daría el pecho.
Sentía miedo porque el camino era largo, ella
era fuerte y podría llegar antes de que no se viera nada, se conocía el camino
como la palma de su mano ya que siempre subía y bajaba andando y cargada cómo
una burra, así que la niña pesaba poco para ella.
Después de todo y aunque era una noche ventosa,
consiguió llegar a su destino.
MarinaDuende/Febrero_2014
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