Desesperando
En la madrugada, grité con todas mis fuerzas:
- ¡Socorro, socorro, ayuda… ayuda!
Después de un rato un hombre y una mujer llegaron a casa y me vieron arrodillada en el suelo, despeinada, desmadejada, rota…
- ¿Qué ocurre, qué pasa?
- - ¡Han entrado tres encapuchados y… Dios mío, querían dinero y mis hijos, mis niños - grité llorando medio ronca -.
- Ya viene la policía - dijo el hombre, he llamado antes de venir por lo que pudiera pasar… ¿y los niños?
- Durmiendo, estaban… durmiendo, arriba… ¡qué desgracia, Dios mío…!
La mujer me animó a levantarme del suelo y a sentarme en un sillón.
- Vamos mujer, cálmese, tranquila - pasó su mano por mi pelo, mientras con la otra me tocaba el hombro-.
- ¡Se está desmayando…!
Pasaron los días. Era una sonámbula. Me llevaban al entierro de mis dos niños. Tomaba calmantes. Los rostros alrededor no los veía. Alberto, mi marido, estaba desencajado, me abrazaba y susurraba:
- ¡Hemos perdido a nuestros hijos, cómo vamos a seguir para adelante, es terrible, no sé cómo podremos soportar este dolor tan grande… - lloraba y maldecía - ¡malditos canallas, nos han matado a nosotros también… que inhumanos, qué crueles…!
Fueron días en los que permanecí como en una nube.
Llegaron los policías. Ya me habían interrogado con anterioridad. Querían hablar con nosotros.
- ¿Los han encontrado? - preguntó Alberto.
Los dos policías intercambiaron las miradas y, finalmente, uno de ellos tomó la palabra:
- No, Alberto, no los hemos encontrado, no tenemos pista sobre ellos.
- Pero, ¿cómo puede ser?
- Ana, ¡queda usted detenida por la muerte de sus hijos!
Alberto me miró como si me viera por primera vez, con los ojos desorbitados. Uno de los policías se puso a su lado.
- Pero, pero... ¿qué dice usted? ¿está loco? - Alberto tenía los puños cerrados y su dolor se convirtió en rabia. El policía le agarró temiendo que me atacara.
- ¡Ana, di que no es cierto... Ana, dilo… se han equivocado... no puede ser... no puede ser! - Alberto lloraba. Se sentó derrumbado y metió la cara entre sus manos, sin parar de llorar…
- Tenemos pruebas suficientes, fue ella. No quería separarse de usted, Alberto.
- Sí, los maté - dije tranquila - ahora pagaré mi pena, no quería perderte, y tú estabas decidido. -Tragué saliva -. Quise causarte el peor de los sufrimientos, el peor dolor. ¡Tú tienes la culpa, tú eres el culpable!
MarinaDuende
31 - 10 -2016